Ya no estás sólo, hijo mío
March/04/09 10:10 PM
[Desarrollar las destrezas de socialización de un niño con autismo es uno de los grandes retos que enfrentamos día a día. En este artículo compartimos una de esas historias que todavía nos hacen llorar.]
El autismo es un desorden de comunicación que, entre otras cosas, afecta la capacidad de una persona para interactuar socialmente. La persona con autismo es capaz de llevar una vida social “normal”, pero lograr esa vida normal requiere un proceso de educación continuo, no sólo para quien padece la condición sino también para quienes interactúan con personas autistas.
La foto que acompaña este texto fue tomada en la escuela de mis hijos hace cuatro años. Ese día nos disponíamos a participar de un pasadía fuera de la escuela. Antes de salir, los maestros instruyeron a los estudiantes para que salieran al patio a comer una merienda. Según iban saliendo, los niños y las niñas se fueron acomodando espontáneamente en grupos. Uno a uno se fueron sentando junto a sus respectivos amigos. Al final, mi hijo se quedó sólo.
Como padre sentí una tristeza inmensa. Me partió el alma ver a mi hijo sólo alrededor de tantos niños. Aunque no debí sorprenderme, ciertamente no podía creer lo que veían mis ojos. En más de una ocasión le pregunté a los maestros y terapistas cómo era el comportamiento social de mis hijos en las escuela. Siempre me respondían que su comportamiento era “normal” y que siempre lo veían jugando con otros niños.
Como investigador y periodista, siempre he tratado de sustentar mis palabras con evidencia tangible. Por eso decidí visitar la escuela por varios días. Allí pude comprobar que mi hijo no jugaba con otros niños sino alrededor de ellos. Él se entretenía en un juego paralelo en un mundo completamente ajeno para el resto de sus “amigos”.
Resolver este problema nos tomó muchos años. Tuvimos que comenzar un proceso de educación gradual que le permitió a mi hijo integrarse socialmente a su grupo de amigos. Hoy día sus amigos lo llaman por su nombre y lo invitan a jugar video-juegos.
Las terapias de comunicación fueron de gran ayuda en este proceso. También fue fundamental educar a los otros niños para que aprendieran a aceptar y respetar la naturaleza “diferente” de cada ser humano. Pero quizás más importante fue hacerle ver a los maestros que hay que mirar más allá de lo que ven nuestros ojos pues definitivamente las apariencias engañan.
La foto que acompaña este texto fue tomada en la escuela de mis hijos hace cuatro años. Ese día nos disponíamos a participar de un pasadía fuera de la escuela. Antes de salir, los maestros instruyeron a los estudiantes para que salieran al patio a comer una merienda. Según iban saliendo, los niños y las niñas se fueron acomodando espontáneamente en grupos. Uno a uno se fueron sentando junto a sus respectivos amigos. Al final, mi hijo se quedó sólo.
Como padre sentí una tristeza inmensa. Me partió el alma ver a mi hijo sólo alrededor de tantos niños. Aunque no debí sorprenderme, ciertamente no podía creer lo que veían mis ojos. En más de una ocasión le pregunté a los maestros y terapistas cómo era el comportamiento social de mis hijos en las escuela. Siempre me respondían que su comportamiento era “normal” y que siempre lo veían jugando con otros niños.
Como investigador y periodista, siempre he tratado de sustentar mis palabras con evidencia tangible. Por eso decidí visitar la escuela por varios días. Allí pude comprobar que mi hijo no jugaba con otros niños sino alrededor de ellos. Él se entretenía en un juego paralelo en un mundo completamente ajeno para el resto de sus “amigos”.
Resolver este problema nos tomó muchos años. Tuvimos que comenzar un proceso de educación gradual que le permitió a mi hijo integrarse socialmente a su grupo de amigos. Hoy día sus amigos lo llaman por su nombre y lo invitan a jugar video-juegos.
Las terapias de comunicación fueron de gran ayuda en este proceso. También fue fundamental educar a los otros niños para que aprendieran a aceptar y respetar la naturaleza “diferente” de cada ser humano. Pero quizás más importante fue hacerle ver a los maestros que hay que mirar más allá de lo que ven nuestros ojos pues definitivamente las apariencias engañan.