Esta semana mi hermosa hija visitó el salón de la fama del futbol americano en Canton, Ohio. A nadie le sorprenderá que siempre que hay un “field trip” tengo que darle dinero para comprar recuerdos. Sin embargo esta vez el sorprendido fui yo. Cuando llegué a casa esa tarde le pregunté cómo le fue y qué había comprado. Para mi sorpresa no compró nada para ella. En su lugar me regaló una bola conmemorativa de mi equipo favorito, los Pittsburgh Steelers.
Son momentos como estos los que me hacen valorar los cosas hermosas que nos regala vida. Un obsequio sencillo en un momento inesperado tiene más valor que regalos lujosos que recibimos simplemente por obligación o cortesía. Sobre todo si el regalo viene acompañado con la sonrisa de una hermosa niña.